Quiero escucharte y que me escuches.
Quiero que, en lugar de criticarnos, nos acojamos con afecto.
Quiero que, en lugar de juzgarnos, nos pongamos en el lugar del otro.
Quiero que, en lugar de pelearnos, estemos en paz.
Quiero que, en lugar de alzarnos la voz, sintiéramos la dulzura de nuestras palabras.
Quiero que, en lugar de discutir, podamos intercambiar y aceptar nuestras ideas y sentimientos diferentes y parecidas como somos tú y yo.
Estas líneas de arriba resumen lo que pensamos sobre el amor. Muchos seres humanos confundimos el enamoramiento con el amor.
El paradigma del enamoramiento está representado con Julieta y Romero. Si la persona de la que estoy enamorado no está, mi vida no tiene sentido. El enamoramiento es posesivo y llevado a extremos intensos pueden llegar a ser destructivos y asesinos. El enamoramiento es temporal y está guiado por la dopamina, el neurotransmisor del placer. Es impaciente, es loco, busca la fusión completa con la otra persona. Desconoce a la persona de la que se está enamorado en sus defectos y, si los percibe, no le importa. Sucede de manera imprevista, visceral e inconsciente: uno se ve sometido ante ella y se esclaviza, busca imponer su enamoramiento sin importar lo que piensa o siente el otro. En el refrán "en el amor y la guerra todo vale", en realidad, se está hablando sobre el enamoramiento, que busca hacer de todo para imponer mi voluntad enamorada.
El amor, en cambio, es opuesto en muchos sentidos. El amor esta guiado por el neurotransmisor oxitocina. Es paciente, disciplinado, sensato, libre. Busca conocer a la persona y crear una alianza con ella. Implica la aceptación. Está guiado por la voluntad. Implica necesariamente amarse a sí mismo y, por tanto, buscar el bien de uno mismo y del otro.
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